Cuando la gente vino a América nos trajo consigo. Me trajeron a mí, a Loki, Thor, Anansi y al Dios-León. Leperchauns y kobolds y banshees, Kubera y Frau Holle y Astaroth y te trajeron a ti. Cabalgamos con ellos en sus mentes, y echamos raíces. Viajamos con los colonos a la nueva tierra al otro lado del océano.
La tierra es vasta. Y bastante pronto nuestra gente nos abandonó, nos recordó solo como criaturas de la vieja tierra, como aquello que no vino con ellos a la nueva. Nuestros creyentes verdaderos murieron, o dejaron de creer, y nos dejaron aquí, solos, con miedo y sin posesiones, solo con minúsculos rastros de adoración o de creencia que pudimos encontrar. Y sobrellevarla lo mejor que podemos.
Así que eso es lo que hemos hecho, sobrevivir, al límite de las cosas, donde nadie nos mira con mucha atención.
Tenemos, hemos de enfrentarlo y admitirlo, poca influencia. Los acechamos, y les quitamos, y sobrevivimos. Nos desnudamos y nos prostituimos y bebemos demasiado; despachamos gasolina y robamos y engañamos y existimos en las grietas al borde de la sociedad. Viejos dioses. Aquí en esta nueva tierra sin dioses.
Ahora, como todos ustedes habrán podido descubrir plenamente por ustedes mismos, hay nuevos dioses creciendo en América. Aferrándose a los nuevos nichos de creencia: dioses de tarjetas de crédito y autopistas, de Internet y teléfono, de radio y hospital y televisión, dioses de plástico y de localizador y de neón. Dioses orgullosos, criaturas gordas y tontas, infladas de su propia novedad e importancia.
Saben de nosotros y nos temen, y nos odian. Se engañan si creen otra cosa.
Eso dijo Odin.
De: "American Gods"
Autor: Neil Gaiman